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¿China Poblana o India Poblana?

  • danza-chameli
  • 11 ene 2017
  • 8 Min. de lectura

China poblana es un término que se refiere a dos cuestiones de la cultura de México que han quedado relacionadas aparentemente desde finales del siglo XIX. En su sentido más amplio y común en la actualidad, es el nombre a lo que se considera el traje típico de las mujeres en el Estado de Puebla dentro de la República Mexicana, aunque en realidad era propio sólo de algunas zonas urbanas en el centro y sureste del país, antes de su desaparición en la segunda mitad del siglo XIX. Este termino aun sigue vigente, en todos lados a tal traje se le nombra así, pero nunca nos hemos preguntado por que se denomina China si no estamos en China si no en México aquí el dato de tal enredo.


En un sentido más restringido, es el apodo de una esclava asiática perteneciente a un linaje noble de la India cuyo nombre fue Mirra, a quien se atribuyó desde el Porfiriato la creación del dicho traje de china. (Toma en cuenta que en esta época era común utilizar el término 'chino' para referirse a personas de ascendencia asiática, independiente de su origen étnico real.) La hipótesis, sin embargo, ha sido puesta en duda por muchos autores. Luego de ser convertida al catolicismo en Cochín —ciudad india de donde fue raptada por unos piratas portugueses—, a Mirra le fue impuesto el nombre de Catarina de San Juan, nombre con que se conoció en la Angelópolis donde sirvió como esclava, contrajo matrimonio y tomó los hábitos. A su muerte, Catarina de San Juan fue enterrada en la sacristía del Templo de la Compañía de Jesús en Puebla, en la que popularmente se conoce como Tumba de la China Poblana.


Según la tradición popular, China Poblana era el sobrenombre con el que se conoció a una mujer de origen hindú, cuyo nombre original era Mirra, la cual fue raptaron a los ocho años de edad por portugueses, quienes llevaron como esclava al puerto de Manila y después la trajeron a las tierras de América en un barco pirata, donde la compraron a un comerciante portugués el capitán Miguel de Sosa y su esposa Margarita de Chavez, para el servicio de su casa. Corría en año de 1619 y Mirra contaba para esa fecha con 17 años. A la muerte del capitán Sosa, su esposa, Margarita, con el objeto de asegurar el porvenir de Mirra, a quien ya había puesto el nombre de Catalina, le propuso que se casara con un sirviente chino de casta, llamado Domingo Suárez. Catalina se negó para conservar el voto de castidad que hizo con anterioridad; pero finalmente accedió, aconsejada por sus confesores, con la condición de mantener estricta separación de lechos a partir de esa unión se le conoce como China Poblana, pues era la esposa del chino.

A la muerte de su esposo se dedicó por entero a las prácticas religiosas y a la vida contemplativa; dependió de la caridad y se le comenzaron a atribuir milagros, pues según ella, dialogaba con Cristo, con los santos, con los ángeles y con el diablo; sus confesores la llamaban la Visionaria de Puebla.


La indumentaria de la china poblana es atribuida a Catarina de San Juan la cual ya mencionamos anteriormente, aunque es bien cierto que incorpora elementos de las diversas culturas que se mezclaron en la Nueva España durante tres siglos de dominio español,

Según descripciones del siglo XIX, época en que fueron muy populares en varias ciudades del centro y sureste de México; el atuendo de la china estaba compuesto por las siguientes prendas:

  • Una camisa blanca, con labores de deshilado y bordado de seda y chaquira con motivos geométricos y florales en colores vivos. La camisa era lo suficientemente escotada para dejar ver una parte de su cuello y de su pecho, lo cual no dejaba de escandalizar a las damas de buen tono de la sociedad decimonónica mexicana.

  • Una falda llamada castor, que tomó su nombre de la tela con que era hecha. Según algunas opiniones, el castor era empleado por las patronas de las casas ricas para la confección de las enaguas de sus criadas indígenas. El castor era trabajado con lentejuelas y camarones que formaban dibujos geométricos y florales. Los grupos de danza folclórica han popularizado una versión que lleva bordado en lentejuelas, chaquiras y canutillos el Escudo Nacional de México. Especialmente la decoración de esta la cual si bien comparamos con las "ghagra" de India hay mucha similitud en el uso de lentejuela y chaquira sobre los bordados, creando de esta un objeto-prenda del deseo.

  • Unos porabajos blancos, con las puntas enchiladas, es decir, con el borde inferior orlado por un encaje de motivos zigzagueantes. Los porabajos de una china poblana asomaban bajo su castor, y debían servir como una especie de trampa de luz para que el cuerpo de la mujer ataviada de china no se adivinara a contraluz.

  • Una banda que servía para sujetar el castor y los porabajos a la cintura de la mujer que lo portaba. La banda podía o no estar trabajada con labores de bordado, o bien, ser tejida en técnica de brocado.

  • Un rebozo, que lo mismo podía ser de seda cuando más fino o de bolita, en el mayor de los casos. El rebozo es una prenda muy común en México, aun en la actualidad. Lo usan las mujeres para cubrirse del frío, pero también era empleado para cargar bebés o cualquier otra cosa cuyo tamaño y peso hicieran difícil llevarlo entre las manos. El rebozo de bolita, que era el más comúnmente empleado por las chinas, era tejido con hilos de color azul y blanco, y tuvo como cuna el poblado otomí de Santa María del Río (San Luis Potosí).

  • En algunas ocasiones, la china solía llevar una mascada de seda que mal le cubría lo que el escote de la camisa dejaba asomar. De estas mascadas, José María Rivera escribió que esas regularmente vienen a casa los domingos para volver los lunes o martes al empeño.

  • Como calzado, Manuel Payno señalaba que a pesar de sus carencias financieras, una china no dejaba de usar zapatos de raso bordados con hilos de seda. Este tipo de calzado aparece en algunos textos mexicanos del siglo XIX como un indicador de que quien los portaba era una mujer alegre. Además, la china complementaba el atuendo con abalorios y joyas que adornaban sus orejas, el pecho descubierto y las manos, tal y como lo hacen las Indias Asiáticas por tradición actualmente.

García Icazbalceta sugirió que el vocablo "china" era de origen americano, más precisamente quechua, con el que en el México antiguo se nombraba a las niñas y a las muchachas. Esto se ha aceptado generalmente, aunque persiste la duda respecto del paso de esa lengua al Valle del Anáhuac o a otras regiones más al sur. Lo que sí se puede documentar es que en el siglo XVI, en casi todos los países del continente, los españoles designaban con esa palabra primero a las mujeres indígenas, y luego a las mestizas que contrataban como criadas o mancebas. Las fuentes indican también para la época colonial que el vocablo chino o china se aplicaba al hijo de negro e india en la ciudad de Puebla, y que, en los siglos XVII y XVIII, decir mulato o chino era decir lo mismo.


Del mundo español, las chinas heredaban el sentir de los que se acogían al "remedio de los desesperados de España de pasar a las Indias", al decir de Miguel de Cervantes en "El celoso extremeño", donde según él las nuevas tierras eran además "añagaza de mujeres libres".61 Se acercaban también a lo hispano, con sus rasgos muy similares a los de las majas y manolas de Andalucía y Madrid, que florecieron por los mismos tiempos que las chinas.62 Para los hombres españoles, los cabellos de las mujeres morenas suscitaban enamoramiento, sobre todo si eran rizados,63 y no eran otros los cabellos de las chinas.

Durante la primera mitad del siglo XIX, una de las clasificaciones llamadas "eruditas" elaborada para designar a las múltiples "castas" producto del variadísimo mestizaje mexicano decía que el chino surgía de la relación de la española con el morisco, siendo éste, a su vez, el que nacía de los amores de mulatas con españoles. La hipersensualidad de las mujeres negras era un asunto abundantemente tratado en todo tipo de fuentes tanto españolas como americanas, y es una herencia también en la manera de ser de las chinas. Los hombres y mujeres hispanos no adquirieron en América la costumbre de mezclarse con africanos y africanas. La sociedad española del siglo XVI, sobre todo la andaluza, también contó con un fuerte grupo negro que se fue mezclando al pasar el tiempo.65 La china mestiza que floreció en México entre 1840 y 1855 superponía en el imaginario del país el mundo amoroso de sus ramas indígena, española y africana, pero, al mismo tiempo, el del español y negro propio de la España que conquistó y repobló al "nuevo continente".


La notoria africanidad de las chinas mexicanas fue un rasgo compartido con otras chinas de América a lo largo del siglo XIX. En Uruguay y en Argentina, por ejemplo, eran las mujeres de los gauchos. Según Fernando Assunçao, desde los tiempos heroicos de las patriadas del gauchaje seguían a los soldados como miliqueras o cuarteleras. Aunque este autor dijo que la china de la toldería era "india pura, harapienta y hedionda",nuevas investigaciones han demostrado que entre las chinas cuarteleras había criollas, algunas indias, pero sobre todo muchas morochas, zambas, negras, y de "infinitas variaciones étnicas, que surgieron de la convivencia y la mestización" de los indígenas con los europeos y los africanos en Argentina y Uruguay a partir del siglo XVI. En la época del dictador argentino Rosas, contemporáneo por cierto del mexicano López de Santa Anna, los descendientes de más fuerte presencia negra formaban parte de las tropas oficiales. Su china les era fiel; los seguía de cuartel en cuartel; de guerra en guerra, en las buenas y en las malas; eran sus esposas, amantes, novias, parejas estables o momentáneas, y a sus cuartos iban los soldados y en general los hombres solos de las pampas a buscar compañía. Como las chinas mexicanas, las argentinas y uruguayas se caracterizaron por favorecer en sus reuniones la música y el baile.


Las chinas de México han trascendido a su propia historia. El gusto por perpetuar su imagen desde la segunda mitad del siglo XIX está fuertemente emparentado con su mundo amoroso y con su leyenda forjada desde el primer escrito de 1843 sobre ellas. Aunque en nuestros tiempos se ha olvidado su origen, la ideología oficial se apropió de su figura, porque reconocía y sigue reconociendo el gusto natural por ellas manifiesto en las niñas que la encarnan en bailables, de las que queda el recuerdo con la indispensable pose en un estudio fotográfico. También por el hecho de ser representantes de las tres ramas más importantes del mestizaje mexicano, y porque siempre han sido bailadoras de jarabes. Finalmente porque en su ropa llevan los tres colores de la bandera mexicana: el verde, el blanco y el rojo, en atuendos en los que suele ondear desde fines del siglo XIX el águila nacional bordada con lentejuelas, entre picos verdes y puntas enchiladas. La china ha perdurado, asimismo, por decidirse que era la compañera imaginaria del charro. Pero más allá de los "machotes" con los que se ha asociado, vale la pena recordar a aquellas de las que escribió Guillermo Prieto que "alegraban las almas y sostenían la bandera de la tradición apasionada". Asuntos que no suenan nada mal en la inquietante pregunta sobre los fundamentos de la identidad, que para el género femenino tiene en las chinas una parte muy lúdica. Sin duda, ella aporta otros valores a un estereotipo nacionalista que, a pesar de serlo, se resiste a morir en la cultura popular de los mexicanos.


Asi es como lo que ahora somos no es mas que una fusión, mezcla de razas y de culturas p'or lo tanto no dudes en que por tus venas pueda corrrer sangre oriental, europea...pero sobre todo nunca discriminar razas o colores de piel. Esta es una de los lazos que nos unen a la lejana India.





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